viernes, agosto 31, 2007

Para fans de Vila-Matas...

Y lectores de Pasavento.


(Certifico la presencia de policías amenazadores con grandes pistolones intentando impedir las grabaciones o fotografías. "No filmar, no filmar". Aun así, dando un rodeo se les pudo dar esquinazo. Espero no ser perseguido después de esto.)








Como colofón, una foto de Vila-Matas con Saint-Exupery, uno de los ilustres habitantes de la Rue Vaneau. Cortesía del propio Enrique. Muchas gracias por ello :)

jueves, agosto 23, 2007

2 días en París, de Julie Delpy


No conozco la ópera prima de Julie Delpy, pero tenía curiosidad por ver su nueva película, Dos días en París, comedia teóricamente independiente de una actriz que ha sabido trabajar (y muy bien) con algunos de los mejores directores del cine francés. Desde que apareció siendo casi una niña en Detective, aquella extraña película en la que Godard homenajeó a gente como Clint Eastwood o John Cassavettes, hasta los últimos tiempos, trabajando a caballo entre Estados Unidos y Francia, Julie Delpy ha podido aprender de malditos como Leos Carax, de clásicos como Tavernier, de inmortales como Kieslowsky, o de los más importantes realizadores indies norteamericanos, como Jarmusch o Linklater. Y resulta inevitable pensar en Richard Linklater si hablamos de Dos días en París, porque da la impresión de que la actriz ha querido hacer suya la magnífica, sutil y rigurosa Antes del atardecer: paseo por París y (des)encuentro sentimental incluido.

Delpy, como parisina, huye de las zonas turísticas que recorrieron Jesse y Celine para intentar mostrarnos una ciudad más auténtica, más de barrio-mercado-y-fiestas-nocturnas, menos volcada a su vertiente comercial, pero el efecto termina siendo radicalmente contrario, y sucumbe ante sus propios clichés narrativos y temáticos. No estoy muy seguro de si la intención era realizar una comedia ligera y absolutamente intrascendente o un estudio más o menos reflexivo sobre las inclemencias de una relación de pareja. Si alguien va al cine buscando esto último es posible que salga echando espuma por la boca, así que le recomendaría una película totalmente distinta pero con un mismo marco y similar idea de fondo: "Un couple parfait", de Nobuhiro Suwa. Esta sí, excelente y, me atrevería a decir, imprescindible.

Pero el problema de Dos días en París es que tampoco funciona como comedia intrascendente. En primer lugar no alcanza la ligereza necesaria para ello, se mueve encorsetada en cada encuadre, a medio camino entre el clasicismo y el Dogma, en una indefinición que no resulta nada adecuada. Argumentalmente, la película se basa en la contraposición de las culturas europea y estadounidense, pero cae continuamente en el tópico y el estereotipo, intentando hacer ver que existe una crítica cuando en el fondo sólo hay complacencia. Casi todos los chistes se forman partiendo de este desincronismo cultural, y resultan previsibles ya desde antes de formarse, llegando a lugares comunes y situaciones que sólo destacan por sus subrayados, su trazo grueso y su falta de sutileza. La película pretende ser muy europea en su fondo (otro problema muy serio, porque cae en más tópicos: cámara en mano en algún momento, relaciones amorosas y sexuales muy liberales, críticas a Bush y a la cultura de masas metidas con calzador), pero en su manera de desarrollarse parece escrita según un manual de escuela hollywoodiense. Con todo esto, el film resulta un contrasentido, e impide ser disfrutado en ningún momento, salvo por algún destello interpretativo de Julie Delpy que nos hace ver, por algún momento, el espejismo de que estamos ante algo real. Por otra parte, el protagonista masculino parece un remedo cutre de Woody Allen, con fobias e hipocondrías que resultan cargantes para el espectador sin tener en ningún momento la gracia del genio neoyorquino.

En definitiva, una película que no nos salva de la sequía de estrenos veraniegos que, afortunadamente, nos traerá a Tarantino y, sobre todo, la magnífica e impresionante obra de Jia Zhang-Ke, Naturaleza muerta, como testigo final para salvar una temporada bastante mediocre.

miércoles, agosto 08, 2007

París. Cine


Hace más de cuarenta años, Jean Rouch preguntaba en las calles de París si la gente era feliz por allí. Las repuestas eran de lo más diverso, y a partir de aquello Rouch y Edgar Morin desarrollaron una de las películas fundacionales del cinema-verité: Chronique d'un été, documento etnográfico que consigue convertir el descontento y la subjetividad en (anti)regla universal. No sé cómo andará hoy día el sentimiento colectivo de la ciudad, pero sólo han pasado dos años desde las revueltas estudiantiles que parecían emular el territorio mítico del mayo del 68. ¿París no se cambia nunca?

Las películas nos han forjado una peculiar visión de la capital francesa, y al pensar en París pensamos en Jean Seberg repartiendo periódicos en los Campos Elíseos, en tres aprendices de ladrones corriendo por los pasillos del Louvre, en un cuarto rojo donde se forjan las revoluciones, o en la versión popera de Chronique d'un éte: Masculin-Feminin. El Godard parisino es el Godard de los 60, pero el franco-suizo no olvidó nunca su ciudad natal y, sin ir más lejos, ofreció en Elogio del amor un precioso homenaje a las calles en que hizo bailar a la noche una coreografía de luces arrebatadoras. Sólo por determinadas escenas de esta película merece la pena soñar con el viaje a una ciudad que debe de oler a música, a los acordes de Mozart o de Arvo Part.

Pero no acaba París en Godard, y ni siquiera empieza en la Nouvelle Vague, pues ya se forjaba la imagen mítica en las secuencias silentes de René Clair, o en los "niños" que jugaban al teatro en el paraíso de Carné, o en el Pont des Arts en que Renoir salvó a Budú de las aguas, o en el escondrijo del carterista de Bresson, o en los bajos fondos y el Montparnasse de Jacques Becker... Aunque está claro que nada sería lo mismo sin la panadera de Monceau, sin los paseos de Cleo en las dos horas de la tarde, sin los correteos de Antoine Doinel cuando era un pequeño rebelde o cuando empezó a aprender a amar, sin la tertulia en el Deux Magots desde la que un joven nihilista cobijado tras gafas de sol tonteaba con una mamá y una puta.

También el París de hoy está más allá de Godard. Está más allá de los cafés de Sautet, de la angustiada nostalgia de Garrel, del desesperado romanticismo del puente de Carax, de los sensuales atascos de Denis, de la postmoderna visión de Assayas, o incluso del acaramelado pastiche de Jeunet. Porque París la han construido los franceses, pero si estos autores han conseguido trasladar una determinada imagen de la Ciudad de la Luz, para esto se han valido del arraigo que antes logró la literatura más exquisita o el cine más comercial de Hollywood.



París consiguió desde el principio ser más que una factoría, más que una ilusión. Se convirtió en legendario casi con el nacimiento del cine, y los europeos se llevaron su encanto y sus maneras al otro lado del charco. Lubitsch hizo pelearse a dos estrellas bohemias en Una mujer para dos antes de caer enamorado de Ninotchka, Minnelli recorrió Montparnasse en Un americano en París, Wilder mató en los muelles del Sena a la creación de una creación en Irma la dulce, de Palma ofreció su versión más brillante de manos de una Femme fatale, Jarmusch nos metió en un taxi en una Noche en la tierra cualquiera, Donen recluyó a Cary Grant y Audrey Hepburn en una encerrona sin salida en Charada, y Michael Curtiz forjó un mito quizás demasiado grande en la película que todos pensamos.

Y por fuera de la mirada autóctona y la mirada popular, tenemos la de aquellos extranjeros que nos hicieron asentar nuestra visión, que nos hicieron creer que algo había en esa ciudad. Un finlandés nos enseñó La vida de Bohemia, un austríaco el Caché de unas cintas de vídeo, un italiano el valor de El último tango en París, un polaco el doloroso sabor de un cristal Azul..., pero siempre podremos preguntarnos, con la respetuosa pasión de un malayo como Tsai Ming Liang, ¿Qué hora es allí?, en ese lugar en que los relojes acechan los sueños incompletos.

domingo, agosto 05, 2007

Se acerca el nuevo Rohmer: El romance de Astrea y Celadón

Los amores de Astrea y Celadón

Hace unos días tuvimos que despedirnos, a los 89 años, de Ingmar Bergman. Pues bien, con sólo dos años menos todavía tenemos en plena actividad a otra vaca sagrada, el francés Eric Rohmer, que será uno de los representantes franceses en la próxima Mostra de Venecia. Después de La inglesa y el duque y Triple agente, Rohmer parece seguir con su ciclo de películas históricas, al que ya podemos denominar como "Tragedias de la Historia", según acuñó en su momento el crítico Carlos Heredero. Parece como si a Rohmer se le hubiera quedado una espina clavada en el cine de época, después de sus interesantes incursiones de los setenta, La marquesa de O y Perceval le Gallois, las cuales son dos de las películas más arriesgadas (especialmente la segunda) de su ya larga filmografía.

En septiembre tendremos las críticas de los enviados a Venecia, pero mientras podemos ver las primeras imágenes y el sugestivo trailer de la película basada en La Astrea, novela de principios del siglo XVII de Honoré d'Urfé, fundamental en la historia de la literatura francesa.

Esperemos que no tarde en llegar tanto como la última de Rivette, No toquéis el hacha, de la cual no sabemos nada después de su paso por el Festival de Berlín. Rohmer siempre se ha estrenado en España mejor que Rivette, así que en principio hay esperanza.

Por cierto, a partir de hoy, los post de El dormitorio de Maud también serán publicados en el blog colectivo Cinempatía, con la posibilidad de llegar a mucha más gente. Esto, obviamente, no implica ningún cambio en la línea del blog: seguiremos con nuestros franceses, orientales, suecos..., con nuestras listas, con las películas de la Filmoteca o La casa encendida, e incluso de vez en cuando con algún clásico o alguna novela.

viernes, agosto 03, 2007