jueves, noviembre 29, 2007

Vuelve El problema de Yorick

Los amantes de la literatura estamos de enhorabuena, y los de Albacete, además, por partida doble. Después de un tiempo de ausencia vuelve la revista de creación literaria El problema de Yorick, de la mano del incansable escritor albacetense Eloy M. Cebrián (de quien esperamos la pronta publicación de su última novela, Los fantasmas de Edimburgo) y Antonio García Muñoz. En esta ocasión se aborda un tema que ya se estaba demorando bastante: la ciudad de Albacete, sus misterios y sus sombras. Además, tengo una pequeño colaboración con un modesto relato. Es mi primera publicación, hace ilusión :) Estoy ansioso por leer toda la revista, y convencido de que el nivel será, como mínimo, tan bueno como el de números anteriores.


PRESENTACIÓN DEL NÚMERO 8 DE

EL PROBLEMA DE YORICK:

OTOÑO, 2007

"CRÓNICAS DE LA CIUDAD INVISIBLE,

ESPECIAL ALBACETE"

VIERNES, 30 DE NOVIEMBRE DE 2007

CAFÉ-CONCIERTO "NIDO DE ARTE"

(C/ Nueva, 5 - Albacete)

ENTRADA LIBRE

35 autores, 208 páginas

A LA VENTA A PARTIR DEL 30 DE NOVIEMBRE

¿Por qué un monográfico dedicado a Albacete?

Sencillamente, porque creemos en las posibilidades de Albacete como ciudad literaria. Una ciudad a mitad de camino entre la nada y ningún sitio, una ciudad que casi nadie fuera de ella conoce, en la que nadie repara, por la que todos pasan y ninguno se detiene, una ciudad invisible para el mundo exterior, y que sólo parece existir por pura obstinación de sus habitantes. De ahí esa sensación íntima que compartimos los albaceteños de vivir en una ciudad al borde de la inexistencia, fronteriza con lo imaginario. Hay ciudades que por su historia, su patrimonio o su atmósfera evocadora parecen invitar a la ficción literaria. La nuestra no. Albacete es ficción literaria en sí misma. Y por eso creemos que bien se merecía un monográfico en este octavo Yorick.



PD: lamento no poder estar en la presentación, pero me pilla un poco lejos y no es una buena época...

martes, noviembre 27, 2007

Vila-Matas en Paper de Vidre

Me llega un mail de Cristina Núñez dándome a conocer la revista Paper de Vidre, en cuyo último número aparece una jugosa entrevista a Enrique Vila-Matas. La revista es en catalán, pero las respuestas de Vila-Matas también aparecen en castellano. Además, tiene un gesto amigo para algunos de nosotros :)
Pero ya se está hablando más y mejor de todo esto en el blog de Portnoy. Así que yo sólo abro la puerta.

Y aquí el enlace: número 45 de la revista.

domingo, noviembre 25, 2007

De fútbol y cine


Hace unos días vi que Carlos había hecho en su estupendo blog, El camino de Meseglise, una selección futbolística con los directores en activo del cine oriental, que recomiendo visitar de inmediato, antes de seguir leyendo. Entonces recordé que, no hace mucho tiempo, Javier Marías hizo lo propio con los escritores del siglo XX, obteniendo en los dos casos conclusiones interesantes y divertidísimas. Me pregunté cuál sería el resultado si se enfrentara esa selección oriental de Carlos con otros equipos cinéfilos, así que he pensado unas alineaciones de Estados Unidos, Francia, y el resto de Europa. ¿Que Francia forma parte de Europa? Sí, pero creo que tiene entidad propia, un cine tan definido y rico que es capaz de independizarse en cuestiones tan poco políticas como esta.

Para empezar, el equipo estadounidense podría estar dirigido desde el banquillo por un teórico veterano que ha sabido adaptarse a los tiempos innovando su manera de ver el mundo: Brian de Palma. Junto a él, un interesante quinteto de suplentes podría estar formdo por una mezcla de experiencia y veteranía, grandes estadios y campos modestos: Spielberg, Ferrara, Hartley, T. Haynes y los Coen.

En el equipo titular habría un portero veterano y duro como Clint Eastwood, unos laterales explosivos, unos centrales que combinan como nadie lo personal y lo comercial, un organizador reflexivo y elegíaco que cuenta con grandes apoyos pero no tiene nada que perder, unos alas jóvenes y eléctricos, desequilibrantes, una mediapunta genial, que puede resolver cualquier partido sin contar con nadie más, y una delantera que combina la inventiva con el absoluto rigor de su propuesta.

La selección francesa tendría a un entrenador como Nicolas Philibert, además de un banquillo irregular, capaz de lo mejor y lo peor, con algún veterano (Resnais), alguna gran promesa (Klotz), estrellas apagadas capaces de resurgir en cualquier momento (Zonca y Carax) y un seguro de vida que desestabiliza en cuanto se lo propone (Marker).



En cuanto al equipo titular, vemos que se caracteriza por su veteranía incontestable, con los pros y contras que ello acarrea, pero que seguramente atesore más calidad de la que ninguna otra selección pueda imaginar. Partiendo de un portero rocoso, la defensa se basta con tres hombres, un Desplechin en plena forma, suficiente para frenar a cualquier rival, un veterano inteligentísimo para controlar la banda derecha, y un teórico que puede probar sus innovaciones vanguardistas en las subidas por la banda izquierda. En el centro del campo el geométrico Rohmer es un cerebro insustituible, escoltado por dos veteranos complementarios, en los últimos tiempo preocupados, respectivamente, por las facetas más humanas y turbias de la existencia. Por delante está la magia: la genialidad de un Garrel contenido con los años y la jefatura suprema del máster, Jean-Luc Godard, que sigue siendo el mejor aunque algunos críticos se empeñen en jubilarlo. Y en la punta de ataque queda el más imaginativo e imprevisible, Jacques Rivette, que acompaña a la contundente Claire Denis, goleadora implacable y sin piedad.

Por último, intentando salvar al equipo europeo, siempre cuestionado y últimamente convulso por las pérdidas de Bergman y Antonioni, tenemos al riguroso Jean Marie Straub, que no se deja vencer por el reciente fallecimiento de su compañera Danielle Huillet. Sentados en el banco, le acompañan Lars Von Trier, polémico ante la falta de confianza de su entrenador, veteranos incorruptibles como Angelopoulos y Iosseliani, viejas glorias apagadas como Roman Polanski, y la eterna promesa, que para muchos debería estar entre los titulares, José Luis Guerín.



El once titular, con bastante más calidad de lo que se suele pensar, cuenta con un portero durísimo que no tiene piedad con el adversario, con un jefe como Víctor Erice que pone orden en toda la parte de atrás, y con otros tres defensores rigurosos, que no hacen una sola concesión al adversario, cuyo ataque queda irremediablemente frenado, a pesar de la inexperiencia del lateral derecho. Llevando la manija del juego se coordinan dos pesos pesados, Oliveira y Tarr, ambos incombustibles, capaces de mantenerse cien años en pie o correr durante más de siete horas sin descanso. Por las bandas, el alocado Herzog puede desequilibrar en cualquier momento, delimitando continuamente sus funciones, mientras Kaurismaki examina la situación con parsimonia, sin dar demasiada importancia a lo que no la tiene. Por último, el ataque queda en manos de dos de los más independientes francotiradores, la belga Chantal Akerman y el portugués Pedro Costa, compenetrados tanto en estilo de juego como en ideología.

Y con esto sólo falta saber quién vencerá el último torneo, el que siempre se juega en terreno visitante.

viernes, noviembre 16, 2007

El día que conocí a Vila-Matas

Anoche soñé que veía a Vila-Matas. Bajaba despacio del taxi, gabardina oscura y mirada hundida, mientras por la otra puerta salía el hombre que lo acompañaba. Yo no me atrevía a acercarme, pero con sólo tenerlo a menos de cinco metros me temblaban las piernas. Me asombraba que no empezaran a acosarlo desbordadas bandadas de gruppies, pero ahí me quedé, en la puerta de la Residencia de estudiantes viendo cómo entraba en el edificio junto a los anfitriones que lo habían recibido a su llegada. La noche ya era cerrada en Madrid, a pesar de que apenas daban las siete y veinte de la tarde. Esperaba la llegada de la simpatiquísima Cristina Núñez, con quien estaba citado para ver a Vila-Matas desde unos días atrás, cuando quedamos a través de comentarios en nuestros blogs y un par de e-mails. No llevaba más que cinco minutos esperando, pero casi no me creía haber llegado tan pronto cuando diez minutos antes estaba entrando, por la calle Serrano, en el enorme recinto de la Residencia con la boca abierta ante un complejo tan lleno de construcciones anónimas y callejones tenebrosos. Pensé si mi vagabundeo por aquellos rincones que un día frecuentaron los Lorca-Dalí-Buñuel tendría final feliz, pero la suerte me sonrió cuando encontré un vigilante de seguridad que me condujo por el lugar apropiado. A la hora de la quedada yo ya estaba en el lugar convenido, a tiempo incluso de ver la llegada en taxi de Vila-Matas.

Cuando apareció Cristina al fondo de la calle no necesitó sacar de la carpeta la flor dibujada con boli rojo sobre una hoja de cuaderno; ni siquiera me fue necesario fijarme en el libro de Vila-Matas en italiano que ella debía llevar: sabíamos quiénes éramos sin habernos visto nunca. Tras la consabida presentación intercambiamos nervios y suspiros de resignación por nuestro comportamiento adolescente, que considerábamos impropio de dos personas maduras como nosotras... Entramos en la sala para hacernos con un buen sitio, en la tercera fila del lado izquierdo, cerca de donde se sentaría nuestro héroe particular. Nos reíamos de la situación y de nosotros mismos, al tiempo que se sentaba justo detrás de nosotros un hombre alto, de larguísimo pelo blanco y nevada barba hasta el ombligo. Cuando lo vimos nos miramos comprendiendo que sabíamos quién era, un espectador mítico, habitual del círculo de eventos culturales madrileños, que siempre organizaba algún tipo de extravagancia.

Llegaron los conferenciantes y discurrieron con normalidad las ponencias: la del moderador, la del psiquiatra invitado y, por último la de Vila-Matas, quien ideó para su intervención una ingeniosa construcción a partir de sus dos últimas entregas del Dietario voluble. Muchas cosas ya nos sonaban a conocidas pero, aun así, es Vila-Matas, y de repente se proyecta de su boca una frase cargada de ironía, como un arma sin ganas de disparar. A mitad del acto, el hombre de barba y pelo infinitos pidió el turno para hacer una pregunta y, cuando se lo concedieron, se apuntó a la cabeza con uno de los dedos de la mano derecha y empezó a golpearse en pecho con la otra. "¿No va a preguntar nada?", inquirió el moderador, y el hombre se sentó tan mudo como se había levantado.

Al término del acto nos pusimos en pie dirigiéndonos a donde estaba Vila-Matas. Dejé a Cristina pasar delante, con su libro en italiano y un ejemplar de El viajero más lento presto a ser dedicado. Nos presentamos y Enrique resaltó la extrañeza de la situación: dos entes cobijadas por la escafandra del blog se materializaban como personas físicas. Sí, existíamos, y él existía para nosotros. Era realmente emocionante, tanto que me quedé callado sin saber qué decir, con la mirada fija como un bobo con pretensiones, víctima de un bloqueo mental que me impedía asimilar la situación. Mientras, Cristina demostraba su agudeza apuntando pertinentemente la idea de Nabokov de escribir "realidad" siempre entre comillas. A mí me vino a la cabeza Bresson, con uno de sus famosos apuntes de sus Notas para el cinematógrafo ("Rechazar todo lo que, de lo real, no se vuelve verdadero. La horrible realidad de lo falso."), pero ni recordaba la cita con exactitud ni estaba en condiciones de articular oraciones de tan profundo significado. Pero no importaba, yo estaba feliz, y la cordialidad y el buen trato de don Enrique me tenían maravillado. También hubo una alusión al extraño hombre barbudo que se sentaba detrás de nosotros, y comentamos rápidamente que se trataba de un habitual de la parafernalia literaria de la ciudad. Seguía con nosotros Vila-Matas cuando se le acercó su acompañante del taxi, al que había visto antes, y le comentó casi al oído algo de la cena de esa noche. El deseo de escuchar se contraponía a la moralidad de no invadir conversaciones ajenas, por lo que salió una extraña mezcla en la que se coló por mis sentidos alguna palabra suelta que me hacía pensar en el significado evitado. Finalmente, nos despedimos y dimos media vuelta con nuestros libros firmados. Al salir de la sala nos embargaba una emoción preescolar, sanamente inmadura. Cristina me hablaba y yo continuaba en estado semicatatónico, a la espera de una sacudida celestial o una embestida imaginada. Nos quedamos a medio salir, en el hall entre la sala y la calle, satisfechos con lo vivido pero como con ganas de más. Entonces me di cuenta de mi sofoco y sugerí salir a la calle, donde me acordé de que tenía entre mis manos un ejemplar dedicado de Exploradores del abismo que ni tan siquiera había mirado. Lo abrí y mi alegría aún se multiplico al ver la dedicatoria compartida. Porque así es, no sólo me lo dedicó a mí, también se acordó de Maud.

Caminamos sin rumbo, sin haber pensado dirección ni destino, y sin darnos cuenta nos encontramos fuera el recinto de la Residencia de Estudiantes, a punto de ser atropellados por un taxi de carrera desbocada. Debíamos andar como zombis para haber estado tan cerca de formar parte de una de esas casualidades vilamatianas que a buen seguro nos habría conducido a una póstuma aparición en el Dietario Voluble. Por un momento pensamos que podía estar Vila-Matas en ese taxi para redondear la jugada, pero en el fondo mirábamos hacia atrás de refilón por si nos encontrábamos con alguna sopresa por detrás. Justo un instante antes había pasado junto a nosotros el hombre extraño de la barba y el pelo largo empujando a una señora oriental en una silla de ruedas.

El susto del casi-atropello nos sirvió para despertarnos y pensar qué camino debíamos seguir para llegar al metro: concluimos que debíamos retroceder y volver a atravesar la Residencia. En realidad podía ser un deseo inconsciente de reencontrarnos con Vila-Matas, pero yo rápidamente le dije a Cristina que era imposible que eso sucediera, porque si el taxi de ida lo había dejado en la puerta, a la vuelta debería seguir el mismo procedimiento. Así que nos tranquilizamos un poco hsta que, de repente, al girar la esquina, aparecieron caminando apaciblemente Vila-Matas y su acompañante del taxi. La penumbra del lugar impidió que nos reconociéramos instantáneamente, pero viendo que era él hice un amago de pararme, con lo que se dio cuenta de quiénes éramos. De repente estábamos allí los cuatro, dos a dos, solos en un rincón donde las sombras jugaban a esconderse de los odradeks y los carretes de hilo kafkiano se materializaban de extrañeza. Era el clima perfecto, y Enrique nos presentó a su acompañante, Marcos, del que antes habíamos especulado Cristina y yo sobre si se trataría de su secretario o algún tipo de agente... Inmediatamente después apostilló: Giralt Torrent. Seguimos en blanco, sin llegar a tomar conciencia de lo que había dicho ni dar síntomas de reconocimiento. Después elogió el trabajo de Cristina sobre su conferencia de Oviedo, y a mí me dijo que me imaginaba más mayor. "Pero me alegro, mejor para ti", añadió. "Será por el nombre". Sí, tengo un nombre que suena a antiguo (mi nombre real), eso es innegable, y la máscara del blog afianza la primera impresión de la imaginación. Por último, antes de despedirnos por segunda vez nos dijo que seguiríamos en contacto a través de la Red..., si queríamos, claro... Y entonces alucinamos. Enrique y Marcos siguieron caminando hasta que los perdimos de vista y no éramos capaces de creer lo que habíamos oído ¿Es posible ser más humilde? ¿Es posible ser más educado y libre de prejuicios? ¿Es posible que un escritor de su prestigio y fama internacional se comporte de esa manera? ¿Sería todo un sueño en el que habitáramos un mundo de color de rosa en el que todos fuéramos iguales y ser el más culto significara ser el más sabio?

Intentamos salir del recinto de la Residencia de Estudiantes por la puerta de la calle Serrano por la que yo había entrado unas horas antes. Pero, misteriosamente, nos era imposible dar con algo que no fueran bocacalles sin salida, oscuros callejones angostos y deshabitados cubículos de inquietud. Como si de un laberinto se tratara, de repente estábamos en el mismo sitio en que encontramos a Vila-Matas, y dándonos por vencidos en nuestra búsqueda acabamos saliendo por la puerta en que casi nos habían atropellado.

Dimos un rodeo para llegar al metro, y seguimos comentando la maravillosa extrañeza de los sucesos de la noche mientras caminábamos grácilmente como porteados por los espíritus risueños. Entonces le hablé a Cristina de una amiga ovetense con la que llevaba (y llevo) años sin mantener contacto, pero que sabía que era de su misma edad. Se echó las manos a la cabeza repitiendo el nombre que yo había pronunciado. No podíamos creerlo. ¡Habían sido compañeras de clase en el instituto!

Descendimos a los abismos del metro convencidos de que no podía pasar nada más, y cuando el tren llegó desfilamos hasta el fondo del vagón, apoyando la espalda en el cristal que permitía ver el vagón contiguo. Una parada antes de llegar a nuestro destino giré la cabeza y vi a un hombre corpulento, de gabardina oscura y elegante sombrero, apoyado de la misma manera que yo en esos momentos. Nos bajamos del metro y el tren volvió a arrancar. Mientras recorría los primeros metros, Cristina me tocaba el hombro sin ser capaz de articular palabra. Me señaló el vagón junto al que habíamos estado y encontré al hombre de la gabardina saludándonos, lanzando su irónica mirada al tiempo que agitaba su sombrero. No podíamos creerlo, Vila-Matas estaba en todas partes.

La conferencia según Cristina

Redacted, el último de Palma



Si para Gabriel Celaya la poesía era en arma cargada de futuro, Brian de Palma parece decirnos en Redacted, su última película, que el arma más poderosa del presente cabe en la palma de una mano y es una cámara de vídeo digital:

En Grupo salvaje, la obra magna de Sam Peckinpah, se presenta en los créditos iniciales la imagen de un escorpión siendo devorado por las hormigas mientras unos niños perturban el orden natural atacándolo y ensañándose con un palo a la vez que transforman sin darse cuenta una escena cotidiana en un espectáculo mediático. En una de las primeras secuencias de Redacted se repite lo que ya ideó Peckinpah hace casi cuarenta años, volviendo a mostrar al escorpión rodeado y poblado de hormigas. La lucha de clases del fuerte contra los débiles sigue estando ahí, siguiendo su curso como si ahora una mayor libertad hiciera del ensañamiento un vestigio del pasado. Sin embargo, sólo se engaña al espectador durante unos instantes, para hacerle recordar rápidamente, al modo de Haneke en Caché o Código desconocido, que lo que presenciamos es una manipulación de la realidad, y que la mera observación de algo así no puede tener vocación objetiva, pero sí vocación de honestidad. Así, mediante este homenaje-paralelismo, la crudeza y capacidad metafórica del cine de una determinada época deviene en referencial y autorreflexiva para convertirse en posmoderno. Para ello, de Palma prescinde de los niños con arma y nos muestra a un soldado sonriente, grabando la escena del escorpión y las hormigas con su pequeña cámara de vídeo digital. En nuestra sociedad global y mediatizada no hay arma poderosa que la imagen.


Se ha comentado en algunos medios, a propósito de esta película, que Brian de Palma había desconcertado con su drástico cambio después del clasicismo de su anterior cinta, La dalia negra. Sin embargo, no puedo estar menos de acuerdo con esta afirmación. Ya desde el inicio de su carrera, los intereses del director norteamericano no se centraban en perfeccionar los mecanismos clásicos del cine comercial (o de autor): sus películas "hitchcockianas" no pretenden emular al maestro británico en el dominio del suspense o el dibujo de estructuras y personajes perfectamente caligrafiados, sino aportar, mediante un ejercicio de relectura, las claves que permiten comprender el ideario de la cultura contemporánea, basada en la referencia y el autoanálisis. Después de la culminación de esa obra maestra que supuso Femme fatale, de Palma pareció adaptarse a las formas y códigos del noir más clásico en La dalia negra, que no era bajo ningún concepto una revisión nostálgica de una presunta época dorada del cine (en todo caso sería un homenaje a una admirable manera de entender el cinematógrafo), sino una demostración plausible de que no es posible seguir soportando el peso de los códigos clásicos en un momento como el actual. A partir de referencias cruzadas y juegos intertextuales, La dalia negra hacía explotar desde dentro una manera de hacer cine, por lo que el concepto de Redacted de dibujar un cine del futuro como salida al clasicismo no puede estar más en consonancia con la carrera de Brian de Palma.



Utilizando material heterogéneo (imágenes de documentales, reportajes televisivos, vídeos de Youtube, grabaciones de los propios soldados, imágenes de cámaras de seguridad, videoconferencias...), de Palma reconstruye en su última creación un suceso (violación y asesinato infligidos por militares estadounidenses a civiles iraquíes) utilizando las artimañas de la ficción. Consciente de no ser un falso documental, Redacted busca una verdad a través de la mentira, siguiendo el camino inverso a los medios oficiales, en cuya buena fe no se puede confiar. La tesis parece ser que la verdad es inaprensible, dado que cada punto de vista implica una manipulación, y una diversidad de fuentes desprovistas de intereses externos (siempre habrá intereses internos y una inquebrantable vocación manipuladora en el mero hecho de mirar) puede ser la manera más razonable de intentar acercarse a esa verdad que, como diría Bresson, no tiene que ver con la realidad. Por lo tanto, sería un grave error intentar ver esta película como una aproximación realista o una reconstrucción documental, lo que la haría caer en un pozo insalvable, y resulta más lógico apreciarla como la humilde crónica de un fracaso en la búsqueda de la verdad.

Sin perder de vista el cine, también resulta elogioso el compromiso y el grado de valentía del film, indiscutiblemente honesto, tan visceralmente implicado en el "qué se cuenta" como en el "cómo se cuenta". La cercanía del conflicto de Irak y el comportamiento del gobierno estadounidense añaden un valor moral a la cinta, de cuya componente coyuntural no se puede prescindir. El rótulo inicial que nos presenta la película como el relato de un hecho concreto en mitad de la guerra (mediática y bélica al tiempo) la salva, además, del oportunismo y la demagogia, imponiendo un punto de sensatez que no resta la comentada valentía. Porque la mención explícita del hecho concreto evita que se pueda entender el relato en tono metafórico o en un sentido psicologista o casual. Es una denuncia, y no se dice que esa deplorable acción sea consecuencia de unas determinadas causas iniciales, por lo que toda la reflexión queda para el espectador cauteloso, que no se ve guiado en una dirección fija y desprovista de propia moralidad como un documental de Michael Moore. De Palma es consciente de que sólo desde una posición impecablemente moral y absolutamente respetuosa con el espectador se puede alcanzar un claro objetivo de denuncia.