sábado, octubre 04, 2014

Crónica del 62 Festival de Cine de San Sebastián (2014)

Texto: Jon Arróspide
Imágenes cedidas por el Festival de San Sebastián


El pasado sábado se clausuró oficialmente la 62 Edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Y lo hizo de la mejor manera posible, con un palmarés incontestable y en una gala donde hubo sorpresas y emoción por partes iguales. Tal vez el único pero es que la ceremonia de clausura estuviera acompañada por la proyección de ‘Samba’, la nueva película de los directores de ‘Intocable’ (Olivier Nakache y Eric Toledano, 2011), continuando con la tradición instaurada hace ya unos años de abrir y cerrar el festival con productos mediocres e inocuos como reclamo para traer a estrellas reconocibles por el gran público (al menos en este caso la estrategia atrajo, como efecto colateral, la presencia de la siempre estimulante Charlotte Gainsbourg). La otra cara de, en este caso, la misma moneda, fue la película de apertura del festival, ‘The Equalizer’, que trajo a la ciudad a Denzel Washigton. El actor, que aterrizó en San Sebastián algo desorientado (la ubicó en el Mar Mediterráneo), compartió el premio Donostia con Benicio del Toro, quien presentó ‘Escobar: Paraíso perdido’, un film de mayor altura que las anteriores.

Sección Oficial
Pero, como digo, las sensaciones al cierre de esta edición del festival no pueden ser mejores. Se ha vivido una semana de cine puro, intenso y de altísimo nivel, posiblemente el mejor de, al menos, las últimas cinco ediciones. Dentro de la Sección Oficial, la Concha de Oro a la mejor película ha sido para la española ‘Magical Girl’, de Carlos Vermut, que se ha llevado además el premio al mejor director. La película cuenta la historia de Luis (Luis Bermejo), un profesor de Literatura, que se ve envuelto en una truculenta red de engaños y venganzas, a la que él mismo se precipita al intentar complacer a su hija de 12 años, enferma de cáncer. Como el mismo director apuntaba al recibir el premio, lo de menos en ‘Magical Girl’ es la trama, lo que realmente tiene una fuerza y una magia insólita es la construcción de unos personajes y unos ambientes que son sólo posibles en la cabeza de un director único y con un universo propio. Carlos Vermut ya había dado buena muestra de ello en su anterior película, ‘Diamond Flash’ (2011), y en Magical Girl encuentra un equilibrio casi perfecto entre humor, ironía, ternura y denuncia política, que maneja con mesura y sin hacerla demasiado explícita, sino más bien como una base sobre la que los personajes se mueven con naturalidad. La película funciona, sin duda, y lo hace no sólo por su potencia visual y estética, sino por unas interpretaciones sublimes de Luis Bermejo, un José Sacristán en estado de gracia, y Bárbara Lennie, que fuera de las cuatro paredes del teatro se hace aún más grande, y cuyas voces ásperas, contundentes, encajan como anillo para este trío de personajes complejos y misteriosos.

Bárbara Lennie en 'Magical Girl'.
Foto de rodaje de 'La Isla Mínima'.
La otra gran triunfadora de la Sección Oficial ha sido otra película española, ‘La Isla Mínima’, de Alberto Rodríguez, que ha obtenido los premios a la mejor fotografía y al mejor actor (Javier Gutiérrez está esplendido). Este galardón dio pie además a la nota cómica de la gala, ya que al no estar presente Javier Gutiérrez, subió a recoger el premio su compañero de reparto Raúl Arévalo, que si bien en la cinta se pierde en un terreno de indefinición y que queda eclipsado por la poderosa figura de su menudo partenaire, en la recepción del premio demostró tener un gran sentido del humor y de la dignidad. La Isla Mínima es un oscuro thriller al estilo de ‘True detective’ (las comparaciones son inevitables, a pesar de que, como se encargaba de aclarar su director, el rodaje de la película fue anterior a la emisión de la serie estadounidense) de atmósfera envolvente, que aprovecha al máximo las posibilidades que ofrece un paisaje tan singular como son las marismas del Guadalquivir. La película va sumergiendo al espectador en un terreno embarrado por el que transitan dos policías con un pasado también manchado y sobre el que se asienta todo un pueblo que prefiere mancharse las manos a hundirse en el fango. Aunque el director perdona la vida a los espectadores en el tramo final de la película y prefiere volver a terreno firme y conocido, es un trabajo digno de alabanza por adentrarse en un género poco transitado en nuestra cinematografía, y da un espaldarazo a un director que ya apuntaba maneras en la irregular pero apreciable ‘After’ (Alberto Rodríguez, 2009).

La otra gran presencia de la Sección Oficial era la de Mia Hansen-Løve con ‘Eden’, quizá la película más esperada del Festival. El film no defraudó (o tal vez sí, el listón estaba muy alto) a sus seguidores habituales, muchos, y tuvo una acogida más tibia por parte de un público más amplio. No es una película fácil, por su duración (son más de dos horas de película) y por su temática: refleja la vida de un conjunto de jóvenes inmersos en el movimiento de música electrónica parisina en la década de los 90 en torno a la figura icónica de los Daft Punk. Sin embargo, la película recompensa el esfuerzo, ya que Hansen-Løve retrata la vida de estos jóvenes con su acostumbrada precisión y exactitud, y consigue integrar a la perfección el entorno en el que se mueven con una selección musical exquisita que en ningún caso entorpece el relato, sin tampoco servirse de ella para realzarlo de una manera artificiosa (si bien en ciertos momentos esta renuncia le resta algo de fuerza, la directora apuesta por ello en favor de una mayor verosimilitud). Se le achaca a la directora que sabe acercarse con mayor veracidad a los personajes femeninos. Es cierto que en Edén le cuesta algo más converger que en sus películas anteriores, pero finalmente consigue igualar la maestría que alcanzó en ‘Todo está perdonado’ (2007), ‘El padre de mis hijos’ (2009) y ‘Un amour de jeneusse’ (2011). El resultado es un viaje sensorial que hará las delicias de los devotos de este tipo de música, pero que en todo caso disfrutará cualquier espectador dispuesto a embarcarse en él.

Félix de Givry, protagonista de 'Edén'.
Fotograma de 'Loreak'.
Entre el resto de películas a competición, la sorpresa agradable la proporcionó ‘Loreak’. Los vascos José María Goenaga y Jon Garaño vuelven a asociarse en el guion (que firman junto con Aitor Arregui) y en la dirección tras la tierna y meritoria ‘En 80 dias’ (2010), y consiguen un resultado igual de enternecedor pero bastante más cuidado desde el aspecto formal. Adoptan las normas clásicas del cine de autor contemporáneo (y también alguno de sus vicios) otorgando a la película la sobriedad y el ritmo necesarios para contar la historia que quieren contar: una historia de pequeñas miserias cotidianas y de personajes tan sutil o tan profundamente solos y atormentados como cualquier vasco elegido al azar. Y no por ser vasco (aunque, no lo neguemos, nuestro clima es ideal para retratar ese ambiente plúmbeo): la película se sirve de personajes muy locales y enraizados para describir sentimientos universales. He aquí una magnífica crítica de Mario Iglesias que desgrana la película en mayor profundidad.

No rayaron a la misma altura el resto de las películas de la sección oficial, aunque hubo contribuciones apreciables, como ‘Aire Libre’ (Anahí Berneri), que retrata con incontestable amargura la descomposición de una pareja ahogada desde la base de su propia construcción; ‘Une Nouevelle Amie’, de un François Ozon tal vez menor, pero que alcanza varios puntos álgidos de comicidad y de emotividad, amén de su valor desde el punto de vista social (aunque le falte rigor y veracidad, pocas películas se adentran en el mundo del travestismo con tanta militancia); la también francesa ‘Vida Salvaje’ (Cédric Kahn), que narra la historia real de dos hijos criados en una extraña mezcla de libertad y clandestinidad, y que invita a la reflexión sobre los distintos tipos de educación, y sobre los roles intrínsecos al comportamiento humano y, en particular, a la paternidad, independientemente del medio (se llevó además una mención especial del jurado); ‘Tigers’ (Danis Tanovic), una arriesgada y tenaz, aunque más bien naif y casposa en lo formal, denuncia de los métodos abusivos de las grandes multinacionales, en este caso sobre la venta por parte de Nestlé de leche infantil que, según recoge la película, causó y sigue causando muertes en India; o ‘Phoenix’ de Christian Pretzold, que se queda a medio camino en su reflexión sobre la reconstrucción mental y emocional de un personaje que se ha perdido a sí mismo y que se vuelve a configurar a través de la mirada de su impasible pareja.

Horizontes Latinos
Si el nivel en la sección oficial ha sido altísimo, la sección de ‘Horizontes Latinos’, que es un escaparate para ver el mejor cine latinoamericano inédito en España, no se ha quedado atrás. Es de destacar el predominio de la cinematografía argentina, no sólo en número (competían por el Premio Horizontes ocho películas de este país) sino en calidad de las cintas proyectadas. La mayoría de las películas presentadas en esta sección coinciden en cuanto al estilo y en el tratamiento de historias cercanas y cotidianas, o de marcado carácter social. Por ello, destaca sobre todas ellas ‘Dos disparos’, una película coral en la que Martín Rejtman propone un juego al espectador, enlazando y encadenando historias mediante un guión inteligente, irónico y perfectamente medido, y en la que la evolución de los personajes queda en un segundo plano hasta diluirse en una nada insignificante (es genial la última escena).

Fotograma de 'Dos Disparos'.
Escena inicial de 'Jauja'.
En una línea totalmente distinta, la apuesta estilísticamente más arriesgada corrió de la mano de Lisandro Alonso con ‘Jauja’, que ya ganó el premio ‘Un Certain Regard’ en el Festival de Cannes de este mismo año. El director se recrea en el aspecto formal adoptando un formato cuadrado de diapositiva. Con ello dota de gran profundidad de campo a los largos planos que componen la película, realzando así la belleza genuina de la Patagonia o de Jauja, esa tierra mitológica de abundancia y felicidad. Se trata de una película muy singular que posiblemente cause desconcierto (y en algunos casos sopor) en el espectador medio, aunque en San Sebastián tuvo una gran acogida (tan bien predispuesto estaba el público por la presencia del simpático y cercano Vigo Mortensen, quien, como curiosidad, rueda por primera vez en danés). El cupo de películas arriesgadas lo cierra ‘La Princesa de Francia’, con la que tras las aplaudidas 'Rosalinda' (2010) y 'Viola' (2012), el realizador Matías Piñeiro completa su trilogía de variaciones sobre obras menores de Shakespeare. Al igual que ‘Jauja’, la película fue bien recibida por la crítica más intelectual, y arrancó el bostezo de buena parte del personal, lo que no deja de ser llamativo dados sus 70 minutos de duración.

Otras películas argentinas de interés han sido ‘La tercera orilla’ (Celina Murga) y ‘Refugiado’ (Diego Lerman). La primera es una película intimista en el que la directora muestra la vida de un chico de 16 años, cuyos puntos de referencia se tambalean cuando su madre inicia una relación con un hombre separado (que como curiosidad está interpretado, y bien interpretado, por el afamado director de teatro Daniel Veronese). La figura fuerte y paternalista del padrastro merma la construcción de la identidad propia del adolescente, que tendrá que tomar medidas drásticas. La historia fluye con naturalidad y, sin necesidad de explicitar ni subrayar situaciones o sentimientos, suscita el interés del espectador por una historia en la que aparentemente nada nuevo se cuenta. En cuanto a ‘Refugiado’, Lerman parte también de un tema manido, como el de la mujer maltratada, en una película que va creciendo hasta conseguir momentos de gran veracidad, y en la que se respira una tensión a la que el espectador no puede permanecer indiferente.

Fotograma de 'Refugiado'.
La protagonista de 'Vientos de Agosto'.
Más allá de todas estas películas argentinas, eso sí, brilla con luz propia una película brasileña, ‘Vientos de Agosto’, de Gabriel Mascaro, que ofrece un retrato bello y puro de un pequeño pueblo costero en el que el juego de contrastes se cuela por el objetivo de la cámara como lo hace el viento en un anemómetro durante una tormenta tropical. Para el recuerdo la escena inicial de la película, en la que la joven protagonista se riega con un bote de Coca-cola para realzar el bronceado sobre su piel.


Otras Secciones
Uno de los grandes alicientes de un festival de estas características es la posibilidad ver títulos que han triunfado en otros festivales, pero que tardarán en llegar en llegar a las salas de nuestro país, o acaso no lo harán nunca. En el caso del festival de San Sebastián, estas películas se agrupan en la sección de Perlas. Es un título ambicioso, pero al que sin lugar a dudas hace justicia ‘Winter Sleep’, que es la gran película, la película mayúscula, proyectada en este festival. La cinta de Nuri Bilge Ceylan venía respaldada por la Palma de Oro con la que se alzó en el pasado festival de Cannes, y no decepcionó. Son más de tres horas de metraje en las que el director nos presenta a una terna de personajes enclaustrados en el paraje invernal de la Capadocia. Los tres personajes están enjaulados, aislados por la vida o por sus decisiones pasadas, separados incluso por un pedregoso camino del paupérrimo pueblo del que son dueños y señores. A lo largo de la película, el director nos muestra diferentes secuencias de la vida cotidiana de Aydin, un actor venido a menos, su esposa y la hermana de aquél. Con una puesta en escena teatral (son constantes las referencia a Chéjov), se van sucediendo conversaciones, casi siempre uno a uno, en las que los personajes tratan de evitar el naufragio a base de hundir a su contraparte, al que culpan, con la elegancia y sutileza que a su clase social corresponde, de su fracaso vital. Estas conversaciones invitan a la reflexión sobre temas como el orgullo, la supervivencia tras el fracaso, el poder del miedo, las decisiones equivocadas, la moral y la conciencia, o la importancia de engañarse a uno mismo. Los años y el confinamiento tejen una tela de araña sobre los personajes, que por un lado se alimentan del detrito moral de los otros, y por otro se ven atrapados en ella sin poner escapar hacia el luminoso futuro (pasado ya) que, creen, les esperaba, y del que nadie sino ellos mismos les aleja.

Fotograma de 'Winter Sleep'.
Foto del cartel de 'Bande de Filles'.

Otra de las notas agradables de sección de Perlas es ‘Bande de Filles’ (Céline Sciamma), que narra la historia de un grupo de chicas de un barrio obrero de Paris. A lo largo de la película su protagonista luchará por salir de un ambiente familiar opresivo, convirtiéndose ella misma en ocasiones en verdugo, en una montaña rusa en la que encuentra su identidad a base de deconstruir su propia identidad heredada. La película huye además de los clichés típicos de las bandas de chicas (o de las bandas en general) mostrando con crudeza la fragilidad y necesidad de auto-afirmarse de sus componentes. Todo ello acompañado por unas imágenes llenas de fuerza y por una banda sonara que imprime un ritmo vertiginoso a la película, y que sólo decae en su tramo final.

Con la misma autoimpuesta fuerza y rebeldía se presenta Relatos Salvajes, del argentino Damián Szifrón (y que paradójicamente se hizo con el Premio del Público a Mejor Película Europea, por la co-producción de El Deseo de los Almódovar). No se le puede negar cierto gancho a este conjunto de cinco cortometrajes unidos por el denominador común de la sed de venganza ante la injusticia. Sin embargo, su apuesta comercial (que a buen seguro se verá refrendada por un éxito masivo de taquilla) lastra desde su concepción cualquier otra ambición artística de la cinta. Algo parecido le pasa a ‘El amor es extraño’ (Ira Sachs), en este caso teñida de un sentimentalismo indigesto y que a pesar su bienintencionado retrato del declive de un matrimonio homosexual entrado en años, ofrece algunos momentos de vergüenza ajena. La nueva película de Naomi Kawase, ‘Still the Water’ resulta en conjunto también algo decepcionante, pero a diferencia de su predecesora, logra momentos de una fantástica belleza y pureza, como el de la muerte de la madre (no es spoiler, se trata de un personaje secundario). Gamberro y muy efectista como ‘Relatos Salvajes’ es el nuevo experimento de Ulrich Siedl, ‘Im Keller’, en el que el director maneja a su antojo a un conjunto de personajes patológicamente extravagantes para componer un arbitrario retrato de los sótanos austriacos. Aunque el tema daba pie en sí mismo para un documental realista y de gran interés social, el artificioso enfoque del director funciona también a las mil maravillas por su propio exceso y por la comicidad intrínseca en la sordidez que retrata.

Uno de los protagonista de 'Im Keller'.
Mathieu Amalric, a la derecha, actor y director de 'La habitación azul'.
Sórdida o, más bien, perversa, es también la película ucraniana ‘The Tribe’ (Miroslav Slaboshpitsky), que narra la historia de un conjunto de sordomudos confinados en un orfanato. Aunque no parece haber justificación posible a la crueldad y perversidad totales que dominan la película, se le tiene que reconocer al menos la originalidad y el mérito de mantener en vilo al espectador durante dos horas sin ningún tipo de voz, audio ni subtitulado del lenguaje de signos, más allá del sonido ambiente. Original (y larga) es sin duda también ‘P’tit Quinquin’, de Bruno Dumont, que persiste en su interés de mostrar a personajes marginales, y en los límites de la capacidad física o intelectual, de la Francia rural. La otra película francesa de esta sección es ‘La Habitación Azul’ en la que el director y actor Mathieu Amalric utiliza la misma destreza formal y estilística de la que hizo gala en la excelente ‘Tournée’ (2010), aunque en este caso se vale de una historia mucho más convencional y previsible (marido arrepentido y acosado por su amante).

En el apartado de documentales, ‘La sal de la tierra’ recorre cronológicamente los viajes y fotografías de Sebastião Salgado. El documental está dirigido por su hijo Juliano Ribeiro Salgado de la mano con Wim Wenders. Aunque la cinta se ve con gusto, se le puede achacar cierta falta de profundidad a la hora de acercarse a un tema tan jugoso: el material es escaso (prácticamente es una sucesión de diapositivas contadas) y el recorrido por él es plano y lineal. Pese a ello, se llevó el Premio del Público a la Mejor Película. ‘Happy to be different’ se presentó en la sección de Zabaltegi y es un modesto pero enternecedor documental de Gianni Amelio acerca de la homosexualidad de la Italia más rancia del siglo pasado abordado por sus propios protagonistas desde el prisma de la libertad actual. Pero en el apartado documental nos quedamos sin duda con ‘El último adiós de Bette Davis’ (Pedro González Bermúdez), que reconstruye los últimos días de la sin igual actriz de ‘Eva al desnudo’. Bette Davis vino al festival de San Sebastián de 1989 en un estado prácticamente terminal. Vino a morir, o más bien a vivir, a volver a vivir sintiéndose mirada, envidiada, deseada y recordada por un auditorio, como lo fue en todos los auditorios por los que pasó cuatro décadas antes. Y así, consiguió que cerráramos esta edición del festival, 25 años después, con los ojos puestos, cómo no, en ella.

Cartel de 'El último adiós de Bette Davis'.